miércoles, 29 de octubre de 2008

El espacio y la hamaca

Con una claridad de infancia se alegra la mañana
en un recuerdo impreciso de campo y cielo azul.
Nubes de humo irisado abren paso a la luz
que viene
como una novia a los quince años.
Juan L. Ortiz- Edgardo Cardozo



Apenas apoya la mitad de su cola en el asiento sino sus pies no tocan el suelo. Comienza a caminar hacia atrás pero, por el pasto mojado, resbala y cae y se moja con el rocío del domingo por finalizar. Es un piloto de avión. No, mejor un astronauta decidido a conocer el espacio exterior. Sin embargo, aún no consigue siquiera despegar. Debe tomar más confianza.
De pronto, como una especie de inspiración, entiende que las cadenas que sostienen la hamaca pueden funcionar a modo de cinturón de seguridad. Se agarra fuertemente de ellas y consigue no volver a resbalar y caer. Ahora podrá despegar con tranquilidad. En puntas de pie, retrocede primero y luego corre hacia delante y lo consigue. El envión inicial es, quizás, la parte más importante para lograr el objetivo de manera óptima. Contento por haber dado el primer paso sin ayuda alguna, comienza el viaje. Está en el aire y se mueve. Va hacia atrás y hacia delante. Realiza una serie de movimientos, como consecuencia de movimientos anteriores, movimientos repetidos y consecuentes. Se desenvuelve en el manejo de la nave a la perfección. Cuando va hacia atrás ubica las piernas debajo del asiento. El movimiento pareciera que describe una semicircunferencia, hacia atrás y se eleva, hacia delante y también se eleva, pero nunca completa la figura, siempre cambia de sentido en el momento justo. Va hacia atrás y luego de haber alcanzado ya cierta altura, extiende las piernas hacia delante, perfectamente estiradas, como para combatir cualquier desprendimiento rocoso del espacio. Entonces, las piernas funcionan a modo de volante y también de protección. El ciclo de los movimientos del niño se refleja en la hamaca. Hacia delante y hacia atrás, como un ciclo. No se sabe si ir hacia adelante es consecuencia de haber ido primero hacia atrás o al revés. O quizás ninguna de la dos.
De a poco la nave va tomando más velocidad, cada vez se eleva más y la hamaca se acerca al cielo. El niño sabe que ese ciclo terminará con el momento crucial de la historia, pues esa es la única forma de romper un ciclo. Algo que sólo por inercia podría seguir durante toda una infancia, se romperá cuando intente realmente llegar al espacio exterior. Delante suyo, su madre. Las piernas cruzadas y un cigarrillo que se consume entre sus dedos. De fondo, el sol que desaparece. A su lado, un piloto de autos está por ganar su primer carrera de fórmula uno.
Pero de pronto, debe decidirse, su madre se ha levantado en su búsqueda: el baño, los restos de comida de toda la semana y por último la cama lo esperan. Debe saltar e intentarlo una primera y única vez. Primero debe pasar de estar sentado en la nave, a pararse. Entonces se pone en cuclillas, las rodillas pegadas al pecho y su espalda completamente estirada. Luego, solamente en un movimiento, se involucra y se para. Ya pareciera que el cielo lo espera de brazos abiertos. Un nuevo impulso es necesario, el salto se aproxima, sus pies dejan de tocar la tabla de madera que funcionaba de asiento y se eleva. Ya el corredor de carreras se perdió en las alturas del tobogán y su madre grita histérica a su lado. El salto parece ser bueno. Cada vez más parece que tocará las nubes. La felicidad es la primer y espontánea reacción. Sin embargo, antes de lo esperado, comienza a caer. Y la caída también es rápida. Preparado para esta situación, como un gato, prepara pies y manos para amortiguarla y cae.
Su madre corre, el niño se encuentra bien y es abrazado. Le ponen la campera, primero un brazo y después el otro y por último el cierre. Camina rumbo a casa, y en su camino patea una piedra, pero luego se agacha y la toma, guardándola en el bolsillo derecho del pantalón. Mañana será un futbolista, o mejor aún, un luchador de sumo.

lunes, 6 de octubre de 2008

Tu última noche

Tu última noche del mundo es hoy,
la luna ilumina tus recuerdos.

Mirás con ojos, lágrimas.
El miedo, ahuyentan las sonrisas.

Hasta que vuelvan las musas













La última noche del mundo, El hombre ilustrado, Ray Bradbury.