martes, 30 de septiembre de 2008

Sueñero

Me desvisto, primero el pantalón, desabrochar el cinturón, desabotonarse botones, bajarse el cierre de la bragueta, pulóver y camisa al mismo tiempo. Las medias. Y acostarse. Cierro lo ojos y no veo nada, todo oscuro, durante un rato, quieto, en un colchón, solamente yo y nada. No puedo dormir. Abro los ojos y no logro acostumbrarme a lo que veo. Un hueco de luz se desnuda frente a mí y luego se escapa. Ahora sí: verdadera oscuridad, cuando lo que me iluminaba antes, ahora ya se ha ido, o yo no lo encuentro. Aunque se que eso que veía existía porque yo estaba entredormido, y cuando uno está en ese estado no razona, o le cuesta un poco más. ¿Como un hueco de luz se va a desnudar frente a mí? ¿Que es un hueco de luz? Explícamelo, por favor.

Cuantas veces he de repetir algunas mismas palabras pero en otros lugares, formando parte de distintas frases como estas que pronuncio ahora, sólo en mi mente. Aún acostado, queriendo quizás escribirlas para que mañana, cuando todo esto que me está sucediendo ahora sea sólo un recuerdo, inevitablemente un recuerdo, pueda leerlas y reírme de mí, al empezar un nuevo día. Y las pienso y las formo, y me acuerdo también que la canaleta de la terraza está tapada de hojas y que para mañana pronostican lluvia. Pienso todo esto, pero no lo escribo. Y así, estas palabras se me escapan, migran como palomas acosadas por el otoño. Y eso que las palomas saben que el otoño siempre llega. Que el otoño llegue es inevitable. Como el invierno. Primavera y verano. Esa claridad de la siesta del verano caluroso que me despierta por la tarde. Esa claridad que, ya de noche, y no de día caluroso de verano, cuando dormir se complica y las canaletas, los plomeros y los mosquitos molestan, primero no aparece pero luego, al abrir los ojos, una tenue luz oscura aparece, y parece que nace de mis propios ojos, que más allá de que no demuestren claridad, sí parece que logran hacer aparecer un dejo de luz. De a poco me acostumbro a mi propia luminosidad, como nos acostumbramos a todo. Y entonces vemos, volver del intentar dormirnos. Abrir los ojos y ver. Pero es sólo un instante, como ese momento de euforia previo a la muerte: mis ojos, después la luz y no entender y no escribir y que todo se diluya como agua de cañería. Entonces: un hueco de luz que se desnuda frente a mí y luego, se levanta, y se va.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

En el bosque mientras


Detrás del sofá o quizás debajo del descanso de la escalera. Ahí, en la terraza siempre es donde te busco primero. Subo, giro la cabeza, no te veo y me vuelvo. Bajo por las escaleras y se te pone la piel de gallina cuando me encuentro justo arriba tuyo. Solo un trozo de madera perfectamente cuadrada y un soporte de acero macizo nos separa. Intentas no respirar, parecer un adorno viejo y roto que colocamos ahí hace años soñando con arreglarlo alguna vez, para después discutir acerca de donde colocarlo en algún lugar de la casa. Sigo bajando. Veo nuestro cuarto y decido buscarte ahí. A medida que me alejo de la escalera te vas aflojando y cuando yo entro al dormitorio, pensás en cambiar tu escondite. Sino, tal vez, ir detrás de mí y asustarme. Después besarnos. Finalmente, por indecisión, decidís quedarte ahí escondida y sentarte. Esperarás ahí el tiempo necesario hasta que yo te encuentre.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. “El que no se se escondió se embroma”. No hago nunca trampa, apoyo la cabeza contra mi brazo flexionado y, a la vez, este, lo apoyo contra la pared. Cierro lo ojos y escucho como te alejas para esconderte. Detrás del sofá o quizás debajo del descanso de la escalera. Tampoco estás en el cuarto. Llego a la cocina. Los platos del mediodía aún se encuentran sucios. El sol ya no aparece reflejado en las baldosas azules y entiendo que la tarde va llegando a su fin. Me hago un mate. Agarro la pava y la lleno con agua. La pongo en la hornalla. Abro la caja de los fósforos y saco uno cualquiera, uno al azar. Lo raspo contra el costado de la caja. Se enciende y, prendo la hornalla. Mientras se calienta el agua, meto yerba en el mate y coloco la bombilla. Ya sé que te molesta, que primero hay que echarle un chorrito de agua y después poner la bombilla así el mate tarda más en lavarse. Pero vos no estas acá. Vos estás debajo de la escalera o en algún otro lugar de la casa, esperas, agazapada, como un león silencioso que espera que su presa se acerque, para después, tomarlo por sorpresa, para matarlo. Yo no soy tu presa. Vos esperas ahí, que yo te busque y nos riamos del lugar que elegiste y lo difícil que fue encontrarte. Yo no soy tu presa. Yo sé que vos estás escondida, no sé donde, pero en cambio la víctima del león ni siquiera sabe que alguien lo espera. Y te hago desear más de lo acostumbrado. Ya no voy por la casa, susurrando tu nombre, enunciándolo en forma interrogativa. Ahora estoy sentado, me tomo un mate y hojeo el diario. Ya no quiero ser yo el que te encuentra, y te agarra, y nos reímos y te llevo como una pareja de recién casados a nuestro dormitorio para hacer el amor y quedarnos dormidos y después despertarnos el lunes y tener que ir a trabajar. Seguís esperando. ¿Y si yo no te encuentro y ya no te llevo a nuestro dormitorio? Apareces por la puerta de la cocina. No te miro, estoy concentrado en lo espesa que es la mermelada de frutilla con pulpa y lo que eso implica. Es mucho mas complicado esparcirla por la tostada. Supongo que estarás un poco enojada. Me preguntás porque no te estaba buscando. Estas son las últimas palabras. Ahora voy a entregarte esta carta.

martes, 9 de septiembre de 2008

Naturaleza muerta

El tiburón sabe buscar. Siempre vigila. Tiene hambre y hará cualquier cosa para saciarla. Así, su vigilia se transforma en acecho a cualquier presa. Y cuando el acecho se convierte en ataque, casi siempre, la presa en comida. Luego, el tiburón se divierte. Le gusta el sexo y se va de putas. Sino, se queda nadando por el Pacífico, su océano preferido. No le interesa el amor, sabe que el que siente, siempre muere antes, tiene más causas que la pueden provocar. Pero no por eso el tiburón es rebelde.
El tiburón duerme, también nada y recorre el mundo submarino, ha visto esos paisajes hermosos, esos que solo sus ojos son capaces de apreciar. El tiburón duerme, descansa y sueña. Quiere ser como el reptil o quizás algún mamífero: el elefante, por ejemplo, grande y fornido, aunque un poco lento. Siempre mira hacia arriba, a la superficie, esa línea divisoria entre el aire y el agua, y cree que le gusta el cielo. Imagina sus aletas recubiertas por hermosas plumas, para así conquistarlo todo. Añora lo que sabe que nunca obtendrá, eso es vivir, y sabe que morir no es el intento, ni tampoco el miedo a las cuevas oscuras y los colmillos afilados. El tiburón es hijo de la naturaleza, pero eso no lo vuelve sabio.
Al tiburón le gusta ser. Sueña y luego despierta. Tiene hambre. Se mueve y busca su presa. Las olas también se mueven, pero en un sin fin de sentidos, como para qué no las antrapen, aunque ellas sí que saben retirarse cuando pueden llegar a ser derrotadas. Así, el mar, pero también el viento, nunca dejan de moverse. El tiburón sí. Se acerca a su presa, que se mueve, como el viento y el mar, pero su presa muerta, como una marioneta, es manejada por alguien que en está ocasión ha sido más hábil que un simple tiburón, y cuando ataca y muerde a su presa, la tanza se estira. Pero al mar, eso no le interesa.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Un Aguafuerte

Todos hemos sufrido alguna vez, cuando estamos leyendo en uno de esos viajes acalorados y eternos, la repulsiva mirada de un lector espía. Sin embargo, lo que a ellos realmente les interesa no son nuestros cuerpos decantados, sino más bien, lo que estamos leyendo. Su hábitat natural es el colectivo, pero, ante la enorme competencia, algunos han optado por trasladarse a los subtes o los trenes.
Los lectores espías tienen la costumbre, cuando están esperando el colectivo, de ubicarse al final de la cola, y si esto no parece posible, dejan ascender al ómnibus a todos los pasajeros, haciéndolo pasar como un acto de extrema caballerosidad. Varios expertos han intentado descifrar la razón que los lleva a tomar esa acción. Algunas hipótesis resultaron insoportablemente inoportunas, otras sin embargo, lograron obtener la atención de los curiosos. Una de estas hipótesis comenta que, al subir último, el lector espía tiene más tiempo para decidir a qué pasajero abordará en plena lectura (un diario o algún tipo de literatura). Otros y esta es quizás la hipótesis más aceptada en la comunidad, dicen que los lectores espías prefieren realizar su espionaje de parados, y al subir últimos al colectivo, tienen más posibilidades de quedarse sin asiento. Claro está que aunque haya asientos, uno puede quedarse parado por propia elección, pero esto pondría más en evidencia las intenciones del lector espía, por lo que es preferible, no forzar la elecciones sino, por obligación, tener que quedarse parado.
Por la mañana, los lectores espías prefieren los diarios, para enterarse de las noticias y comenzar el día bien informados, ahorrándose unos pesos al no tener que comprar algo que algo otro día ya no sirve más que para envolver huevos. Por la tarde y por la noche, pero nunca de madrugada, prefieren la literatura. Algunos lectores espías prefieren los relatos ya iniciados, pues esto incentiva su imaginación, ya que deben figurarse como habrá sido el inicio de la historia. Otros prefieren los textos cortos, que se pueden comenzar y terminar de un solo tirón. Los que prefieren estos relatos son los más estructurados y son conocidos popularmente como “espías de un renglón”. Estos prefieren no soltar nada al azar, de modo que cuando no tienen otra alternativa que espiar un texto ya empezado, prefieren suponer que la historia comienza, en realidad, cuando ellos comienzan a leerla. Los textos preferidos por los lectores espías son los que están siendo escritos en el momento, de esta forma sienten (y de hecho es así) que están espiando a un escritor y no a un lector. Además saben que tienen el privilegio de ser los primeros en leer la obra y hasta quizás de ser los únicos en leerla. Por otra parte, estos escritores viajeros (otros interesantes especímenes que nos dedicaremos a estudiar) son difíciles de encontrar y se supone que no se molestarán en fijarse a su alrededor, pues están completamente concentrados en su escritura, dejando paso libre al lector espía, quien no tendrá ninguna complicación para leer el texto.
Hay una cosa que los lectores espías odian: esos lectores originales, que se niegan a compartir el texto, impidiendo que el lector espía pueda entrar en el universo de las palabras en forma clandestina. Estos amarretes de la literatura son capaces de poner su mano en la hoja tapando el texto a cualquier ojo ajeno. Otros deciden guardar el texto, siendo capaces de dejar de leer con tal de que otro no lo lea. Frente a estos casos, los lectores espías utilizan cualquier tipo de artimaña acrobática para poder continuar con la lectura. Asimismo, los lectores espías están decididos a terminar el relato y pueden llegar a bajarse varias cuadras después de la parada que les correspondía.
Todos hemos sufrido alguna vez la mirada de un lector espía, pero también, todos hemos sido alguna vez un lector espía, porque, el lector espía, es una de esas cosas que a todo nosotros nos gusta ser.

Apreciación desde la madrugada(sin fines de lucro)

Yo lo vi todo. Fue en una de esas noches en las que es preferible estar con la frazada hasta los ojos, tapándose la nariz y sin poder respirar, que en un bondi de vidrios empañados y radio encendida. Tenía la cabeza apoyada en la ventanilla cuando el colectivero me despertó. Estaba en la terminal de ómnibus y el amanecer ya comenzaba a activar despertadores. Unas quince cuadras me distanciaban de mi casa, diez por la misma avenida y cinco por Monteverde. Monteverde 856 si alguien pregunta. Los mozos servían desayunos en los bares de la avenida y los perezosos se despedían otra vez del lugar donde más les gusta estar.
Siempre que sucede algo, sucede al final. Sino no hay cuento, no hay vida ni salida. Si un chico quiere besar a una chica tendrá que esperar hasta las últimas horas de la noche para encontrar el momento adecuado. Sin embargo hay otras veces en que el tiempo pasa sin sobrarle nada, y esa vida se diluye, se pierde y difusamente se convierte en un baldío. Pero si algo cambia, debe ser en un instante, sin preámbulos, sin roces. Y ese cambio es una manera efectiva y riesgosa de concretar los actos, tomándolos por sorpresa.
Lo bastante cerca de mi casa como para detenerme, una cuadra antes de Monteverde, yo lo vi todo. Puedo dar declaración a los medios y hasta a la policía si es que resulta necesario. El repartidor de diarios se cruzó. Venía en bicicleta y a contramano. Un camión venia por la avenida y se lo llevó puesto. El chofer del camión bajó a la calle mientras gritaba y lagrimeaba un poco. Yo hubiese llamado a la ambulancia pero no tenia monedas para el teléfono público. Decidí seguir caminando. Cuando llegue a casa, fui al living y encendí la televisión. El canal de noticias ya se encontraba en el lugar del accidente. La ambulancia no. Di algunos pasos, tomé el teléfono, me comuniqué con el hospital y reporte los hechos. No dije mi nombre. Tampoco me lo preguntaron. Me contestaron que la ambulancia estaba en camino, “gracias por su ayuda” y la voz de alguien que nunca voy a saber quién fue se convirtió en un instante en pulsos telefónicos. Volví al living y continué mirando la pantalla. Estaban filmando algo cerca de mi casa. Yo había estado allí, pero me había ido. El camarógrafo enfocaba al chofer( el reportero no aclaraba que era el chofer, lo suponía, pero yo lo sabía, estaba seguro, yo había visto a esa persona bajarse del camión luego de atropellar, hacia sólo unos minutos, a una persona).De fondo, el canillita tenía los ojos cerrados y a mi se me ocurrió que quizás alguien que enchufó la tele para ver la temperatura en lugar de sentirla, podría haber llegado a pensar que ese canillita sólo estaba durmiendo. Sí, durmiendo en la mitad de esa avenida. Al chofer le filmaban la espalda. Tenía una campera de nylon celeste con una inscripción y la leyenda de alguna marca de galletitas de chocolate. Alrededor del ellos dos había una bicicleta con el manubrio dado vuelta, la rueda delantera se había salido y se encontraba unos metros más adelante que el resto del vehículo. La cámara también lograba tomar algunos diarios que estaban desparramados por el lugar. La sección espectáculos tenía en la tapa una fotografía del director de cine ese del que tanto se está hablando ahora. Decidí irme a dormir cuando mostraban una camilla y unos cuantos enfermeros entrar en escena.