martes, 25 de agosto de 2009

Querida Marta:

Espero que estas pequeñas letras no arruinen esta hoja y digan algo más que cuando estaba en blanco. Espero también que sepas que siempre estaré ahí fuera, querida Marta, para cuando abras los ojos y veas que el cielo es azul y decidas salir. ¿Sabes que cuando decidas salir a jugar yo podría jugar contigo? Cuando salgas te llevaré a lugares que no son reales, a jardines de fresas hermosas, lugares divinos y cristalinos, como cebollas, como todos los misterios, esos que aún nadie conoce, y por eso son transparentes y divinos. Marta, allí te llevaré cuando decidas abrir los ojos. Y así se pasa la vida, y pese a todo, aún llevas esa prudencia, y pareciera que es por eso que no quieres verme. Pero aquí yo estaré, por ti y porque te amo. Y no olvido todo eso que hemos hablado, de casarnos y los hijos y que tú te maquilles frente al espejo, y me esperes luego, sentada en el sofá mientras yo vuelvo del mercado. Y quizás merendar juntos, Marta, que me prepares tarta de miel o algunos panqueques en invierno. Eso quiero y por eso estoy en el jardín, esperando que abras los ojos y te deshagas de esa prudencia, Marta, y casarnos y que nadie me cace a mí, que un cazador no me confunda con su presa, con un tigre o una mosca, y me dispare, y me lleve en sus hombros a su casa y me muestre, asesinado, a su madre orgullosa. Apúrate Marta, si no quieres que me confundan con un tigre ¡Apúrate! Abrí los ojos y no dejes que me confundan con un animal salvaje, ahora que estoy aquí, esperándote en el jardín. ¿Y es que nadie te ha dicho como debes revelar tu amor? ¿Nadie te ha dicho, amor mío, que de los errores se aprende, que esa prudencia no sirve? Necesitas vivir Marta, eso es lo que necesitas.
Extraño tu cuerpo, esas manos de terciopelo. Extraño esa felicidad, similar a un rifle caliente ya disparado. Esa felicidad de tocarte, esa felicidad de tus ojos. Y espero que mas allá de todo no me olvides, Marta, amor mío, niña tonta, espero que sepas usar esto que tienes a tu alrededor, abre los ojos y úsalo, por favor. Siempre has sido mi inspiración, y eso lo sabes bien. No me olvides, Marta, que estoy a punto de llorar y estoy tan cansado que pareciera que tengo la mente arruinada. Y no se que hacer: ¿Debería, acaso, levantarme e ir a buscarte? Es que sólo pienso en ti, amor mío, sólo en ti. Hace 3 semanas que estás ahí, metida en ese cuarto. Y créeme que daría todo lo que tengo por un poco de paz, pero aún sigo aquí, y rápidamente anochece y mi tristeza crece y tú no sales al jardín de fresas, a jugar un poco conmigo. Por favor, apresúrate.
En verdad ya es de noche y los mirlos de alas rotas ya están cantando y eso también me recuerda a ti. Los mirlos no vuelan y por eso cantan canciones tristes, mientras el día y la noche mueren. Y es que el día y la noche mueren juntos ¿Acaso no lo sabías, amor mío? ¿Es que tú también tienes tus alas rota y por eso no puedes volar, Marta? Espero que pronto vueles, mirlo de la noche, y que tus melodías sean hermosas. Y que cantes, y puedas ser libre, y pueda ser libre yo también. Pero no sé si mi vida empeora a cada momento, si me alejo más esa ansiada libertad, de poder jugar contigo. Tus alas rotas, Marta, en tu mirada falta algo, pero espero que vuelvas, que tu herida sea sólo un rasguño. Abre los ojos y recupérate, yo te ayudare, lo haré, prometo que lo haré.
También podemos escaparnos, amor mío, nadie nos verá, pero hagamos algo. ¿Acaso deberé esperar toda una vida? Sabes muy bien que lo haré.
Pero es verdad, la mitad de esto que digo no tiene sentido, y es que sólo lo digo para llegar a ti. Abre los ojos y juguemos, por favor, Marta, amor mío, ¿Me escuchas? Es que ya no tengo nada que decir, la noche ha caído y tú oyes los hermosos cantos de los mirlos. ¿Deberé callarme, amor? ¿Debería morir? Deseo morir pero no lo haré. Y tú sabes bien porque no lo hago. ¿Lo sabes, no es verdad, amor mío? Aquí estoy, junto a un arroyo de montaña. Sal afuera, Marta, sal afuera, apresúrate a ver como crecen sus aguas. Ya es de día nuevamente, y la nueva música es la del agua. Y esa música es alegría. Tómatelo con calma, Marta, que todos tenemos algo que esconder. Sal de allí, que yo te ayudare a mirar adentro tuyo. Y mientras más adentro miras, más alto vuelas. Tus alas rotas ayudaré a curar, Marta, sal afuera, que ya nació el día, el hijo de la madre naturaleza, sal afuera que sólo afuera puedes volar. Yo te espero, el mundo te espera, vamos, amor mío, y que esa sonrisa ilumine todo. ¿Acaso es que no quieres que te ame? Dime la respuesta, Marta, que cuando llego abajo, muy rápido vuelvo a subirme al tobogán. Y tanto tiempo ha pasado, tantas lagrimas he perdido, pero igualmente te deseo y te necesito. Abre los ojos y haz tu revolución, cambia tu mente y haz tu revolución, pero sabes que me necesitas para hacerla. Dime tu plan, Marta, y liberarás tu mente. Ven y enséñame la magia, vuélveme loco, que aunque aún no eres un mito, estás cerca, y me mata la idea de verte. Quiero merendar contigo, comer crema de mandarina y turrón, un ponche de ginebra y café. Ya te atravesará el dolor y gritarás y llorarás. Llora, bebé, llora. Yo estoy aquí, en el jardín, junto a un arroyo de montaña, esperándote para jugar. Quizá podría recoger algunas flores para que cuando abras los ojos veas todo de colores; amor mío, Marta, lloras como loca, como un bebé y yo te extraño, bajo el sol, en este jardín. Sólo han pasado 3 semanas desde que estas ahí, pero parecieran que son nueve. ¡Nueve, nueve, nueve, nueve! Y ya anochece de nuevo, y puedo escuchar todo esto mil veces. ¡Todo esto que digo puedo escucharlo mil veces! Y aunque la mitad de las cosas que digo no tienen sentido, espero que todo esto sea más que una hoja en blanco. Los mirlos cantan y ya es de noche de nuevo. Aquí te espero, amor mío. Marta, queridísima Marta, tu siempre has sido mi inspiración. Cierra los ojos, ahora que el sol apaga su luz y la luna empieza a brillar. Que tengas dulces sueños, Marta, y abandona esa prudencia, y sal al jardín a jugar. Buenas noches, a vos, amor mío, y a todos y en todas partes.

jueves, 9 de julio de 2009

Caer y recaer

El avión bajó de los cielos. Su posición fue cambiando desde la completa horizontalidad que tenía mientras volaba hacia la casi verticalidad cuando el arribo era inminente. Sin embargo, a pocos metros de la superficie, retomó esa posición horizontal, desplegó sus veintidós ruedas de aterrizaje y tocó el suelo. Los pasajeros de cinturones ajustados no sufrieron más de lo debido. Era un avión chico y entre las aeromozas y los pasajeros, a lo largo del viaje se fue desarrollando una cierta confianza entre sí, algunos vinos circularon en primera clase y eso fue a propósito. Gracias a esas útiles copas de vino, nadie se dio cuenta que algunas horas antes del aterrizaje, casi a la mitad del vuelo, un pasajero de mucho dinero y alto funcionario de una empresa de traslados españoles, se tiró del avión en lo que podría ser una especie de paracaídas. Y es especie porque no era un paracaídas en su totalidad, porque falló y si algo falla entonces su funcionalidad no existe y si su funcionalidad no existe podríamos concluir que lo que el empresario de los camiones españoles se puso en su espalda no era un paracaídas sino algo parecido.
El resto de los pasajeros, que resacosos por el vino de primera calidad que meses antes la empresa aerolínea dueña del avión y por ende, encargada de todo lo que respecta al mismo, había comprado en los altos viñedos de Mendoza, pudieron descender sin ningún tipo de problema. La secuencia fue la siguiente: antes que el avión finalice definitivamente su vuelo, es decir, aún cuando las ruedas recorrían algunos metros de la pista de aterrizaje, la mayoría de los pasajeros ya se habían quitado ese molesto aunque útil cinturón de seguridad, y esperaban en una civilizada fila frente a la puerta del avión. Cuando esta se abrió, ahora sí en un completo, divertido, exasperante y extraño caos, los pasajeros borrachos (pues la resaca cuando aparece un síntoma de diversión o adrenalina se convierte en borrachera nuevamente) bajaban del avión y se movían y se chocaban entre sí y buscaban sus maletas para poder tomar sus taxis y llegar a sus casas y saludar a los hijos y dormir en un colchón de dos plazas junto a sus esposas o sus perros y levantarse mañana sin dolor de cabeza y comprar carne, sin sospechar siquiera que uno de los grandes compañeros de avión y vinos de la noche anterior no había tenido el mismo destino que todos los demás, que ese se había tirado con un paracaídas que no debía fallar, pero falló.


Nadie cayó al suelo. Nadie murió por accidentes aéreos esa tarde. Nadie siquiera tocó con sus pies el suelo, bajando en paracaídas, ni desde el avión ni saltando desde alguna roca cordobesa. Alguien podría haberse hecho un clavado desde esa roca alta que nadie se le anima, hasta esa olla en la mitad de un arroyo. Desde la roca hasta la profundidad de la olla que corta con la monotonía de un arroyo cordobés anónimo. Podría ser algún viajante, que sin guía fue a recorrerse la montaña, acompañado por alguna muchacha y encuentran la olla y deciden parar un poco de caminar, sentarse un rato y comer un poco de chocolate o choclo en lata. Después del chocolate o lo que sea, sin malla pero en cueros, el hombre, por pura sorpresa y divertimento, se involucra y realiza un clavado formidable, sin saber la profundidad de la olla ni el espesor del agua de Córdoba, y sale sangrando en la cabeza. Un rasguño nomás diría y ahí el día se pudre, se vuelve negro, un día más en este viaje de mierda para el olvido, bajemos rápido, lo más rápido que podamos, antes que te desmayes, estas perdiendo mucha sangre. Pero además se olvidan la remera, por el apuro, y se raspa el muchacho con alguna rama, porque no hay sendero ni camino que los lleve a ese enfermero que tanto necesitan ahora. Pero eso tampoco pasará porque nadie cayó al suelo hoy, ni al suelo en la mitad del campo ni al suelo arenoso de esa olla profunda como para hacer locro para tres mil personas o un poco más. Todo hubiese sido diferente si no era ningún turista el que se arrojaba a la olla como zanahoria en salsa de tomate. Si el cordobesito se llevaba a la porteña para tocarla un poco ahí en la mitad de la montaña y poder mezclarse aunque sea por un rato con la naturaleza, y para impresionarla también le mostraba su habilidad como clavadista profesional y ella, luego de la demostración y mientras él se secaba, le proponía que se vaya a la Capital con ella, que era joven y podía tener una carrera exitosa ningún herido hubiese aparecido. Pero tampoco nadie se lastimó, nadie se raspó con las ramas, nadie fue al médico ni tuvo levante con la porteñita esa tarde. Nadie cayó al suelo esa tarde. El hombre que había saltado desde el avión en paracaídas, tampoco cayó al suelo. Ese hombre, también anónimo, como una olla cordobesa o como una zanahoria en su salsa, quedó atrapado en una nube.

domingo, 24 de mayo de 2009

Las Luces que el sol no mira
las de la parte de atrás de la casa.
Cuando se ponga el sol: se apagarán.

Si este sol no las mira
se morirán.

Y esos cadáveres no se entierran solos.
¿Quién será el que cave el pozo?
Ay, dime quién los cavará.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La noche duerme sobre mi pecho. Se mueve un poco y murmura. Pero no habla. Intento entender que es lo que dice, pero me resulta imposible. De pronto, la noche despierta. Está agitada. Pareciera que ha tenido una pesadilla, pero ya no puedo preguntarle, pues la noche al despertar, se ha hecho día.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Tras de ti

Te veo. Estás ahí, sentada sobre la arena, frente al mar. Arrancas caracoles incrustados en el suelo y los arrojás lo más lejos que podés. Algunos llegan hasta el agua e impactan contra las olas, las atraviesan y las gotas salen disparadas. Intentás romper las olas, las más pequeñas, las que están ya por desaparecer, sobre la orilla. Las olas que se encuentran más cerca. Y no lo logras. Las olas desaparecen por sí solas. Las atravesás pero ellas se regeneran, cubren rápidamente el hueco que dejó el caracol con otro poco de agua y luego sí, desaparecen. Entonces el mar se retira y luego vuelve a aparecer y llega nuevamente a la orilla, otras olas, un mar insistente. Los caracoles que arrojas atraviesan las olas y luego se hunden por su propio peso: se mezclan con la arena mojada para quedar enterradas en el fondo del mar. Tus largas uñas se llenan de arena cuando arrancas los caracoles. Pareciera un mecanismo de defensa. El mar y la arena contra vos. Miles y miles de kilos de arena no entran en ese recoveco que queda entre tus dedos y tus uñas. Supongo que después con la punta de un lápiz o un escarbadientes intentarás quitártela. Vos contra la arena y el mar y yo, mientras tanto, te veo.
En la playa no hay viento. Tu pelo no se mete dentro de los ojos. Eso ya no pasa. Tu pelo tapa eso granos de la espalda que tanto te molestan. Te estoy viendo en este preciso momento. Te observo directamente pero vos mirás al mar. Pero yo también miro el mar. De modo que vos a mí me das la espalda. Quizás ni siquiera sepas que yo me encuentro tan solo algunos metros detrás. Yo estoy parado y vos estás sentada. Entonces veo, desde más arriba, a vos al mar y al sol. A ese sol que se esconde cada vez más. Y vos no haces nada para evitarlo. Ni siquiera lo intentas. Tampoco se si te interesa hacer algo para que el sol no se esconda. Yo sin embargo (que sé que me interesa) tampoco hago. Tan solo me quedo parado algunos metros detrás mirándote arrojar caracoles al mar. Y me doy cuenta que preferiría dejar de sentir y convertirme en piedra y luego en arena, para que vos me agarrares y tener algo de suerte y quedar entre tu piel y esa suave costra de calcio que son las uñas. Pero después claro, con un simple escarbadientes me limpiarías y ahora desde el suelo te observaría. Yo convertido en arena, descartado de tus uñas y sin sentir te seguiría viendo desde otro lugar. Sin embargo creo que vos intentás que yo sea el mar y lastimarme con esos pequeños caracoles. O no, mejor aún: intentás que los caracoles lleguen al sol, para avisarle que no querés que se vaya aunque yo estoy ahí nomás, unos pasos detrás de vos. Pero el sol se irá, indefectiblemente se irá y yo no seré ni mar ni arena. Todo eso no pasará y yo estoy detrás de vos y sólo veo como dejas que el sol se esconda, que se pierda en la noche.
Sin haber visto tu rostro me doy cuenta que hace algunas horas lloraste pero ya no. Ahora sólo te dedicas a arrojar caracoles al mar, mientras el sol se esconde y yo sigo mirándote, respirando, sin que te des cuenta de nada. Pero el sol se terminará de esconder y quizá de eso tampoco te des cuenta pero en algún momento ya no tendrás más caracoles que arrojar contra el mar y te agarrará hambre y te levantarás para irte. Te pararás y darás media vuelta y en ese momento me verás.



Tras de ti quedaba
me vi
miraba la nada
sentí

Que te ibas yendo
sola y sintiendo
que el miedo es tiempo.

Lluvia en tus cabellos
por mí
mil noches oscuras
temí.

Te vi llorando
quedé pensando
siempre el pasado.

Si tú te quedas
te estás matando
y en los sollozos
te vas quedando
luego sentías
tu alma en la mía
y esa mirada
que va llevando.

Letra y Música - Eduardo Mateo

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=410743545

martes, 9 de diciembre de 2008

Asesiname

Yo hubiese preferido ir a tu casa. Ese sofá siempre me resultó cómodo. La posición siempre era la misma, los pies pegados a la cola y las rodillas hacia fuera, chocando contra la parte inferior del apoya brazos. A veces vos te sentabas a upa y al rato se me acalambraba todo el cuerpo. Sin embargo, nunca dije que pesabas, me la aguantaba y a veces conseguía que algunos besos aparecieran. Otras veces, te dabas cuenta que ya no soportaba más el peso de tu cuerpo y te ibas de mí sin que yo te lo pidiese. Estoy gorda, me decías espontáneamente y yo no sabía nunca si decirte que sí (así no jodías más) o que no para que eso de llorar los miércoles no se haga rutina.
Me hubiese gustado sentarme por última vez en ese sillón. Después seguro la policía lo usaría como prueba del crimen o algo parecido. Pero vos preferiste un lugar neutral. A mí, más allá del fucking sillón me daba lo mismo. Era verano, y en la plaza quizás habilitábamos algunas cervecitas. Del sexo ni hablar, después de lo del sillón era imposible remontar la situación y vos a mi casa te negabas a ir por eso de que podías lastimar a mi hermano menor y otras pelotudeces. En la plaza tampoco iba a dar para el toqueteo, ahora los pendejos se quedan hasta tarde jugando a la pelota y los viejos se reparten el tiempo entre las bochas, criticar mierda y el ajedrez. Igualmente se notan que los tipos esos ya vivieron la vida. Hacen lo que a todos nos gusta. Primero, juegan a las bochas, considerado como un deporte, por lo tanto, hacen actividad física. ¡Qué grandes los viejos! Hacen actividad física mientras yo me pudro, mojado de sudor, en un bondi. Voy a encontrarme con vos en la plaza así me disparas de una buena vez. Tampoco es que el tema de las bochas provoque mucho cansancio, pero ¿que más les podemos pedir? Perón y eso ya les rompieron bastante los huevos y deben tener ganas de mandar todo a cagar. ¡Qué grandes los viejos! Yo también quisiera mandar todo a cagar. Segundo, criticar mierda: a todos nos encanta criticar mierda, que el presidente esto, que el diez de Boca no la ve ni con anteojos. Los tipos esos ya laburaron y ahora hacen lo que les gusta. Tercero y último, ajedrez, estrategia y planificación. Nadie dice que sean grandes jugadores (seguro que alguno lo es) pero de ahí salen las ganas de mañana seguir diciendo mierda, jugando a las bochas y por último una partidita de ajedrez.

Siempre tuve las cosas en claro: a la plaza fui a que me pegues un tiro. Sacate la bronca como los viejos, pero sin ajedrez ni estrategia ni hablar al pedo. Los viejos no tienen nada más que hacer que eso, pero vos tenés una vida por delante. La idea era llegar, buscarte, y así, de una, que dispares. Llegué un poco tarde a propósito. Te enojas y entre eso y los nervios, apenas me ves, sacás el arma y me disparas. Desde lejos y sin práctica es imposible que me emboques en el bobo. En un brazo o en una pierna no pasa nada, tres semanas sin ir al laburo por una ex novia asesina y listo.
Cuando me bajé del colectivo, a primera vista, no te vi. Supuse que estabas metida en la mitad de la plaza. Los viejos estaban ahí, pero más al borde, casi donde pasan los autos. Después aparecen los pibes en la canchita de cemento rodeada de alambre roto y después vos. Estabas apoyada contra un árbol. Un pie en el suelo y el otro contra el árbol. Una rodilla flexionada y la otra estirada. Te limabas las uñas. Mirabas hacia abajo y te limabas las uñas. Las cosas no salían como yo esperaba. Vos no estabas nerviosa y no me esperabas con un revólver en la mano. A unos treinta metros tuyo dejé de caminar. Me quedé ahí parado, mirándote. Te parabas como alguien que sabe lo que tiene que hacer. Un rato largo estuve así. Si alguna cámara hubiese filmado esto, debería haber hecho un primer plano de todo tu cuerpo y más allá de lo estéticamente horroroso que era tu físico, hubiese sido una escena hermosa. El cese de movimientos en la filmación produce un efecto: todo pasa más lento. El poco tiempo que pasó entre que dejé de caminar y que vos te diste cuenta que yo estaba ahí fue, para mí, una eternidad. De pronto deje de participar de la escena, me convertí en espectador y vos quedaste en una especie de monólogo mudo incomprensible. De fondo: los viejos, los pibes del barrio, los pajaritos y un vago que duerme tirado al sol. El sonido de la lima frotándose en tus uñas. Y tú espera. La posición de tus piernas. Como si supieses que estando así parada podés estar esperándome todo el tiempo que sea necesario. Como un músico o un bailarín de gran técnica saben la posición ideal de sus dedos y los movimientos que deben hacer. Como el ajedrez, táctica y estrategia. Y después, recién después el movimiento. Horas y horas de ensayo para el concierto, el partido, el disparo. Vos no te movías pero tampoco había cámara. El tiempo en realidad no se había detenido un carajo y yo sólo te habré mirado los suficientes segundos.
La cancha de futbol de cemento y el alambre roto que la rodea. Un golpe que viene desde afuera y corta el tiempo, rompe la situación de un modo abrupto y tajante. Un burro, como dirían los viejos de más allá, tiene chance de gol y no. La manda a la mierda. Pibe, no nos alcanzas la pelota, me pregunta, y vos te desconcentras, escuchás y alzas la vista. Me ves. Y yo sigo completamente pasivo. Ahora vos sos la que caminas hacia mí. Y yo parezco un rey en jaque. La reina se acerca de frente. Te acercas rápidamente y yo ya no sé si esa bala es parte de mi cabeza o si en verdad querrás matarme. Que divertido hubiese sido que te tropieces con la raíz del árbol en el que te apoyabas y te caigas y te embarres las rodillas, pero no, caminas como alguien que sabe lo que tiene que hacer y parece que no tenés ese pequeño sobrepeso burgués que odias y te avergüenza pero tan bien sabes portarlo que pareciera que lo llevas con orgullo. Pareces otra persona. Te parás justo en frente mío y me saludás. No te respondo pues no hace falta. Ya sacaste el cuchillo. El burro que manda la pelota a la mierda se acerca y supongo que ha visto el cuchillo y eso sí te pone nerviosa. Los viejos, la táctica y la estrategia, todo lo planificado en el momento de la acción ya no importa una mierda. Pues en el ajedrez sólo hay blancas y negras, no hay cuchillos ni pistolas, burros, pelotas, raíces, viejos ni hijas de puta. ¡Hija de puta caí en tu trampa, hija de puta! Algunos le dicen jaque mate. Y ahí nomás me lo clavaste.

Según me dijo mi viejo, que le dijo el burro que tira la pelota a la mierda, vos te fuiste corriendo apenas me lo clavaste. Y obvio, contesté, no te ibas a quedar mirando como me desangraba en una tarde de martes. Y es que el burro terminó siendo buena persona. Me trajo al hospital y se quedó haciéndome compañía hasta que mi viejo y mi hermano llegaron. Ni siquiera les pidió la guita del taxi.
En el tórax parece que fue la herida. Una perforación que me lastimó un pulmón. Hubo operación de no se que garcha y ahora sí, reposo absoluto por 2 meses. Todavía mejor que si me hubiese pegado un tiro desde lejos.
Perdí mucha sangre y la herida aún duele. Igual en lo que más pienso es en que los viejos deben estar todavía ahí en la plaza. No debe ser el primer intento de homicidio que presencian. “Algo habrá hecho” habrá dicho alguno. La policía fue a tu casa para arrestarte. Supongo que ni ellos pensaban encontrarte. Sin culpas, primero las esposas, el buzo en la cabeza por las cámaras, que ahora sí te filmaban, y arriba del auto. Me dijo mi viejo también que estuviste poco en la cárcel. Los mismos ratis se dieron cuenta que estabas piripipí. El juicio fue un trámite, un día sólo de sesión y al buche. Está loca, completamente desquiciada. La causa quedó archivada y a vos te pusieron la camisa de fuerza. Creo que no tengo cargo de conciencia, te volviste crazy vos solita. Sin embargo, supongo que alguna vez, te iré a visitar.

jueves, 27 de noviembre de 2008

De moscas, piedras y vacas

Podría borrar las pocas palabras que he escrito, intentar borrar de mi mente lo que he vivido y hasta intentar nacer de nuevo. Podría también dejar la birome sobre la mesa de madera barnizada, ponerme un abrigo y salir a buscarte. Dar vueltas por la ciudad mientras el divague y el fluir por las calles y avenidas me llevan a ese lugar común que es entender que vos nunca sentiste lo mismo que yo siento por vos. Daría vueltas como una mosca encerrada en una habitación. Las ventanas y las puertas están cerradas y ese que supuestamente tiene alas (aunque supongo que coincidimos en que es un bicho horrible, muchos ojos y cuerpo redondo) busca una salida, atrapado en paisaje ajeno. Las moscas no piensan. No tienen lenguaje y no buscan una salida, tan sólo vuelan y se golpean contra las ventanas. El insecto da vueltas buscando una salida y no la encuentra a pesar de que no hay ningún laberinto y todo está tan claro. Una posible consecuencia de la mosca encerrada es la siguientes: la captora duerme y la mosca da vueltas, la mosca hace ruido e intenta despertar a la muchacha (todos sabemos que era una muchacha) para que en determinado momento, molesta por no poderse dormir, ella se levante y abra la puerta o la ventana (sería divertido verte salir por la ventana, enfadada y sabiendo que no hay más yerba) y así la mosca pueda salir del cuarto. Entonces ¿hay una mosca encerrada porque alguien la puso ahí o la mosca se dejo capturar? Y además yo no estoy seguro que la mosca salga si la puerta se abre. Quizá el bicho siga dando vueltas y no se de cuenta que hay una salida (nunca sabremos si no la ve o no la usa simplemente). Basta, che. Las moscas no piensan. Basta de hablar de esto que acá no hay historia pero sí hay cuento, y quiero saber que me pasará si es que agarro el abrigo y finalmente decido ir a tu casa. Otra posibilidad es que la mosca se canse de intentar salir (suponiendo que sí quiere salir) y comience a escribir algo que nunca nadie leerá. Y ni siquiera la mosca entiende porque lo escribe (¡pero las moscas no escriben!), ni tampoco entiende porque no corre o mejor vuela hacia alguna parte. Y no entiende porque sólo está encerrada en su mente y es de ahí de donde en verdad no puede-quiere salir. Y lo peor de todo es que su mente no piensa porque no tiene lenguaje. Por último, ese no-laberinto, ese amar y que no te amen, ese pensar aunque tus capacidades físicas supuestamente no lo permitan, es lo que confunde al bicho cada vez más. La confusión es pensar de más. Y entonces, lamentablemente, no puedo hacer nada más que seguir escribiendo y me asombro de la cantidad de cosas que podría hacer y que preferiría hacerlas (¡Acá tenés Bartleby!) pero sigo con la pluma en la mano y sé que no es por ninguna ley física (acá no hay inercia ni relatividad) y que no soy una mosca (la única diferencia es que ella se reproduce y yo tengo sexo) y en consecuencia: ¿Pienso? Pero tener sexo no es lo mismo que pensar. Es más, son exactamente dos puntos opuestos que se unen, que confluyen en el mismo lugar, dos puntos atados, mi cerebro y mi miembro unidos por una soga imaginaria. El sexo y los pensamientos están en mi cuerpo.
Podría borrar todas estas cosas que he escrito, romper la hoja en cuatro partes desiguales y tirarlas por la habitación, hacer fuerza para convertirme en mosca y no conseguirlo, después frústrame, dejarme morir y nuevamente nacer para decir que voy a ir a buscarte. No a dar vueltas por la ciudad, sino salir a buscarte. Sin el abrigo, tomo un taxi con una mano de cigarro encendido, el viento en la cara a través de la ventanilla del auto. Después estar veinte minutos frente a tu puerta. Espiarte, mirarte y enloquecerme a través de una cerradura. Y tocar el timbre y salir corriendo (y sí, sigo siendo ese pendejo de mierda, ni debería aclararlo). Salir corriendo y que vos abras apresuradamente, sabiendo que fui yo y que ya debo estar cerca de la parada del colectivo. Y me vas a buscar y nos besamos y ahí sí sería el hombre más feliz del mundo. Y que no haya más moscas, más vacas ni perros emplumados. Besarte. O al menos eso es lo que espero.